Las fortalezas protectoras, sinuosas calles de adoquines y una trama urbana medieval son características de muchas ciudades costeras europeas. No obstante, al explorar la ciudad francesa de Saint-Malo es difícil creer que se trate de la urbe original. Lo que distingue a Saint-Malo de otras tantas ciudades europeas frente al mar es la compleja historia de cómo fue destruida en la Segunda Guerra Mundial, pero reconstruida acorde a su estética original.
Saint-Malo fue fundada en el primer siglo antes de nuestra era, al noroeste de la actual Francia. El primer asentamiento urbano —actual St-Servan, una ciudad vecina— fue construido por tribus celtas para controlar el acceso del río Rance con fines económicos y militares. Después de la caída del Imperio Romano, monjes que escaparon de las Islas Británicas construyeron un nuevo asentamiento fortificado que se convertiría en Saint-Malo.
En 1144, el obispo Jean de Châtillon otorgó el estatus de derechos de asilo a la ciudad de Saint-Malo, estimulando el arribo de todo tipo de ladrones a vivir en ella, convirtiéndose en el lugar ideal de los corsarios franceses o piratas nombrados por el Rey de Francia. Los corsarios aumentaban su riqueza saqueando navíos extranjeros en el Canal de la Mancha y la ciudad comenzó a expandirse más allá de la isla hacia el continente. Mientras tanto, la costa amurallada continuaba jugando un rol clave en definir el lugar de Saint-Malo en el mundo durante los siglos venideros.
En 1940, los nazis invadieron Saint-Malo para convertirlo en parte de su denominado Muro Atlántico. Aunque al final de la Segunda Guerra Mundial permanecían menos de 100 tropas y dos instalaciones antiaéreas, los Aliados creían que las fuerzas del Eje almacenaban grandes armamentos en sus zonas amuralladas. Como resultado, en 1944 un ataque conjunto entre bombardeos estadounidenses y fuego naval británico destruyó el 80% de Saint-Malo.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, entre 1948 y 1960 la ciudad fue reconstruida ladrillo por ladrillo por su población. Sin embargo, en vez de intentar modernizar el estilo arquitectónico tradicional de Saint-Malo, fue restaurada para mantener su carácter medieval.
Los responsables de su reconstrucción querían apegarse al diseño original y solamente realizar modificaciones específicas. El castillo fue reconstruido y convertido en el Ayuntamiento, el hospital y la prisión fueron reubicados fuera de la ciudad amurallada. Las viviendas fueron reconstruidas con granito original y solo se conservó un puñado de casas de 1600. A diferencia de otras ciudades reconstruidas después de la Segunda Guerra Mundial, tales como Varsovia o Dresde, no hay signos obvios de construcción contemporánea.
Saint-Malo parece ser un perfecto caso de estudio para examinar un momento en que las ciudades europeas se desarrollaron en torno a sistemas de tránsito medievales, cuando era necesario caminar y los más ricos vivían en el centro urbano. Hoy en día, en su peak turístico, Saint-Malo aloja a más de 200.000 personas. Con una densidad de 141 personas/hectárea, esta isla es más densa que Tokio (62 personas/hectárea) y Vancouver (54 personas/hectárea), convirtiéndose en un fantástico ejemplo de cómo el urbanismo tradicional todavía permite altas densidades sin el riesgo de convertirse en megaciudades de rascacielos.